José Francisco Peña Gómez Globalidades

José Francisco Peña Gómez Globalidades


Damian Arias Matos

Recuerdo cuando lo conocí, me encontraba a escasos metros de aquel hombre, de piel color negro intenso, fornido y alto, con una mirada que vencía y convencía a las masas, en individual o en colectivo. Era Peña Gómez. 

La Policía y/o la Banda colora, una organización de incontrolables, según Balaguer, formada y encabezada por el ingeniero Ramón Pérez Martínez, Macorís, había matado a mansalva, abiertamente y bajo el sol del día, a dos jóvenes estudiantes de la zona Oriental de la capital, del Barrio Los Mina, donde me críe y estudié.

Íbamos en procesión los estudiantes del barrio, llevando los dos ataúdes y coreando consignas en contra de Balaguer y sus balas asesinas de los doce años. Hicimos una parada al final de la calle 4 de agosto, justo a la entrada del Cementerio del Barrio Vietnam. De pronto, de la parte trasera de un carro Volkswagen cepillo, salió José Francisco Peña Gómez, se subió por una rampa al techo de una casa en construcción y de ahí, con un megáfono, improvisó un discurso incendiario, condenando las muertes de esos dos jóvenes estudiantes.

De pronto, se escuchó una balacera con ráfagas de ametralladora por parte de miembros de la Marina de Guerra, la Policía Nacional y algunos hombres vestidos de civil. Peña desapareció del lugar, ni siquiera alcanzamos a ver dónde se había metido, el más grande líder de masas de nuestra historia política.
Pude ver entonces, a algunos compañeros que volaban la pared, como de cinco líneas de bloques, del cementerio. No todos pudieron huir, dos de ellos fueron ametrallados al intentar escapar hacia el camposanto, y los dos cuerpos heridos de muerte, quedaron tirados en la parte afuera del cementerio.

La Policía se llevó los dos ataúdes y los enterró donde quiso y sin dar parte a los familiares, además de llevarse, en una camioneta, los dos nuevos muertos del episodio.

Peña Gómez nació, muy probablemente de padres inmigrantes ilegales haitianos, el 6 de marzo de 1937, año del Corte genocida del Generalísimo Rafael Trujillo, en Mao Valverde y murió, en su casa campestre de Cambita garabitos, el 10 de mayo de 1998. Fue candidato en tres ocasiones a la presidencia de la República, había ingresado el 5 de julio de 1961 al Partido Revolucionario Dominicano, la misma fecha de la llegada de la avanzada de esa organización política, fundada por Juan Bosch, en Cuba, en 1939. Compuesta por Ángel Miolan, quien fue director de Turismo en el gobierno de los doce años de Balaguer, Nicolas Silfa y Ramon A. Castillo, todos fallecidos. 

En el viernes santo de 2006, estando de servicio en Monte Cristy, conocí a un señor apellido Vegazo, que había conocido a Peña Gómez en su juventud y me recitó de memoria, un ferviente poema escrito, según él, por Peña, en agradecimiento a que Trujillo lo había nombrado como profesor de Educación física, en el Colegio jesuita San Ignacio de Loyola. Le rogué que me permitiera grabarlo para transcribirlo, pero se negó rotundamente. El hecho me recordó la carta enviada a Trujillo por Juan Bosch, agradeciéndole el haber sido designado por decreto, como director de la Oficina del Censo, resaltando en ella, el gran honor de que la ciudad de Santo Domingo haya sido designada, por voto unánime del Congreso nacional, como Ciudad Trujillo.

Surge entonces la gran pregunta, cuales fueron los aportes de Peña Gómez al proceso democrático post Trujillo y a la débil y asaltada democracia dominicana:
Uno de sus aportes fue, además de las relaciones internacionales que cultivo y las donaciones y visitas reciprocas, el sistema de balotaje o segunda vuelta, que nunca se ha usado, aunque este en la Ley, la población no soporta el doble trauma de dos elecciones consecutivas en un mes, la otra, además de sus luchas y persecuciones políticas, es  su llamado a la guerra civil el sábado 24 de abril de 1965, desde Radio Comercial, donde fue apresado al salir, se puede mencionar también, el dos más dos con Balaguer, para gobernar dos años cada uno, que fue un fracaso. Peña en realidad, sin irrespetar su memoria, fue un comodín, para facilitar que los sectores ultraderechistas, se mantuvieran en el poder, tal como sirvió Fidel Castro para fortalecer y sostener, con sus luchas, a los Estados Unidos como potencia mundial. Hegel tenia, y tuvo razón. Balaguer sabía que no iba a cumplir, y Peña también lo sabia. 

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