TItulares

Mi primer viaje a Nueva York




Por Melton Pineda

En tres ocasiones, decidimos buscar otros horizontes y uno de ellos era el SueƱo de New York, que en ocasiones termina en pesadilla.

Esa primera vez que me mudé a New York fue en 1978, mala decisión, porque había triunfado en las elecciones del 16 de mayo de ese año el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) y el presidente Antonio GuzmÔn FernÔndez, por quien abogaba y defendía su victoria.

Laboraba como fotógrafo–redactor del periódico El Sol, junto a dos de mis mejores amigos, los periodistas Osvaldo Santana y Juan Manuel GarcĆ­a, quienes insistĆ­an en que no renunciara, que tomara una licencia sin disfrute de sueldo. Y que en todo caso, que primero que viajara y probara suerte en Nueva York, sin quemar las naves.

Bueno, ciertamente no escuché consejos, tomé la decisión que yo creía mÔs conveniente, irme a Nueva York.

En la vacante designaron al fotógrafo César SÔnchez.

En New York, me mudé en el sector de Queens, en un apartamento de unas personas amigas del ex compañero de labores y quien me enseñó a tomar y revelar fotografías en la secretaría de Estado de Educación, Rafael Núñez, (Fello).

Permanecƭ en Nueva York durante tres o cuatro meses. Durante esa estadƭa estrechƩ la amistad con varias personas, entre ellas, Marcos Martƭnez, (Negrito), quien tenƭa una agencia de viajes cerca de donde vivƭa en la avenida Rousberth, esquina 89 de Queens.

En una ocasión le planteé a Negrito, que quería trabajar y me consiguió un empleo de sastre, operando una maquina industrial eléctrica, pero resulté un desastre, debido a que yo cosía algo en una mÔquina de pedal, de lo poco que aprendí en Tamayo, en la casa de Arturo Méndez, (Arturito), el mismo que me enseñó a tocar trompeta.

Al fracasar como sastre me pasaron al departamento de planchado y ahƭ sƭ me ganƩ la vida en mi corta estadƭa en Nueva York.

Los montones de pantalones escolares los tiraban por docenas en unas inmensas cajas que me asignaban, pero ahĆ­ permanecĆ­.

Las informaciones que me llegaban desde la República Dominicana, muchas de ellas falsas, todas daban cuenta de que iban a tumbar el gobierno de Antonio GuzmÔn.

Una información que resultó ser falsa se regó en Nueva York como la verdolaga, y era repetida como un hecho, en los principales noticiarios que afirmaban, con lujo de detalle, que los militares dominicanos habían dado un Golpe de Estado a Don Antonio GuzmÔn.

En la factoría solicité que me pagaran lo que tenía ganado en la semana, porque me disponía a viajar al otro día hacia República Dominicana. Así lo hicieron, me pagaron, compré un vuelo hacia República Dominicana y retorné al país.

A mi retorno, aunque era falsa la información del Golpe de Estado, sí había un ambiente conspirativo contra el Gobierno y decidí no volver a Nueva York.

Y solicité trabajo en el periódico vespertino El Nacional, cuyo director propietario era el doctor Rafael Molina Morillo, y me aceptaron, y de inmediato me asignaron las noticias que se producían en las recepciones en horas de la noche.

El subdirector doctor Ramón Reyes me asignaba hasta 10 y 12 servicios, y solo podía cubrir los que consideraba mÔs importantes.

Recuerdo que el director propietario de El Nacional doctor Molina Morillo se molestó mucho en una ocasión y amenazó con cancelarme, porque en una recepción de la primera dama, Doña René Klang de GuzmÔn, ofrecida a un grupo de personalidades, se me pasó y no le tomé una fotografía para la reseña del otro día donde apareciera el director Molina Morillo con la primera dama.

Por no haber tomado esa fotografĆ­a, me llamaron al Despacho del Director, porque el Subdirector, Ramón Reyes, para curarse en salud, le habĆ­a informado  al doctor Molina Morillo que no habĆ­a visto fotografĆ­as del Director con la Primera Dama en la recepción.

Al entrar a su despacho este nos increpó de inmediato, diciĆ©ndome: “Usted no me vio en la recepción anoche, le dije que sĆ­, pero que no vi cuando Ć©l estaba al lado de la primera dama y que entendĆ­a que la noticia era ella.

Indignado me advirtió que no volviera a pasar. No le contesté y salí en silencio, pero con la mía por dentro, no trabajar en ese diario.

Consideré trivial una fotografía social del director-propietario del medio donde trabajaba, lo que provocó un disgusto y por poco me cuesta el empleo. Esto marcó en mí una determinación de no seguir laborando en ese medio de comunicación.

Hice, y he hecho mía, las palabras de Don Rafael Herrera, quien decía que cuando el periodista es noticia, algo malo estÔ pasando, porque el periodista recoge la noticia, no es noticia, y que ademÔs rechazaba salir en primera o en las pÔginas sociales con fotografías tomadas por los reporteros subalternos suyos y cuando las veía las tachaba para que no salir en la correspondiente edición.

Cada dĆ­a siempre hacia buenas entrevistas a personalidades que asistĆ­an a las recepciones y al otro dĆ­a me dedicaba a redactarlas y a veces, a revelar las fotografĆ­as en el laboratorio, labor que hacĆ­a el extraordinario Pedrito GuzmĆ”n y un hermano suyo. 

En nuestra estadĆ­a en el periódico El Nacional hubo una anĆ©cdota de un empleado de los talleres que estaba obsesionado con el bonito cuerpo de la encargada del pegado de las noticias de ese diario, y Ć©ste, durante una actividad social en el diario, con unos tragos en la cabeza, se decidió y le agarró los glĆŗteos. 

Mientras se le acercaba a la dama, muy respetada por todos, decĆ­a: “cooƱoo M (fulana) y tĆŗ crees que los hombres no sufren”, lo que provocó el sorpresivo espanto de la seƱora, que se servĆ­a una bebida en la mesa de expendio.

Al atrevido joven, le dijeron ahĆ­ mismo: “vĆ”yase de aquĆ­, y venga maƱana a buscar su liquidación”. 

En una de esas festividades, se repartĆ­an unas “bonificaciones”, que no eran tales, y me entregaron un sobrecito amarillo con 16 pesos, que entre risas y chercha con los compaƱeros, lo lancĆ© hacia arriba y salĆ­ de la fiesta y me fui al periódico El Sol de nuevo, donde me esperaba su director y amigo, Eulalio Almonte Rubiera, y el licenciado Sergio Cueto, quien me dijo: “bueno, el buen hijo a su casa vuelve”.

Al escuchar la expresión de “el hijo bueno a su casa vuelve”, me sentĆ­ en confianza. De inmediato me aceptaron y pedĆ­ que me dieran algĆŗn material para redactar.

Le expliquƩ lo sucedido en esa fiesta en El Nacional y que yo me daba por cancelado.

Hice varias informaciones y una de ellas bajo nuestra firma en la pƔgina de la contraportada de El Sol.

Al dĆ­a siguiente, me presentĆ© al puesto de trabajo en El Nacional y el seƱor jefe de Redacción, FĆ©lix Gómez, me esperó con el periódico El Sol en las manos y me dijo: Melton Pineda FĆ©liz, ¿quĆ© es esto?, mostrĆ”ndome la información con mi firma, y le dije:” ¡eso!”, y le entreguĆ© mi renuncia con la encomienda de que se la hiciera llegar al doctor Molina Morillo.  

Ahí inicié una nueva vida en el ejercicio periodístico, luego pasé como periodista en NOTICIARIO POPULAR, por invitación que me hizo su nuevo director y compañero de labores en El Sol, licenciado José Alduey Sierra

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