Hoy da tristeza ver lo pobre que se ha vuelto la calidad de la enseñanza en muchas escuelas públicas. Cada vez es más común encontrar profesores que no se enfocan realmente en que sus estudiantes aprendan, sino en cumplir al pie de la letra una planificación ministerial que, muchas veces, no aporta nada. Parece que el objetivo ya no es enseñar, sino simplemente completar un formulario.
Las aulas están siendo dirigidas desde el Ministerio de Educación bajo una idea de enseñanza que no responde a la realidad. Y el resultado se nota: los niños llegan a sus casas con un vacío enorme sobre lo que supuestamente vieron en el día. No pueden explicar una tarea, un tema o una idea porque, sencillamente, no lo comprendieron.
Además, se repite con frecuencia la frase “en la casa es que se aprende”, y es ahí donde una se pregunta: si soy yo quien va a enseñarles, entonces, ¿para qué llevo a mi hijo a la escuela? No se trata de quitarle responsabilidad a las familias, porque es cierto que la educación empieza en casa; pero el conocimiento académico, el que forma y desarrolla habilidades, es responsabilidad de la escuela.
Pero ¿cómo lograrlo si muchos docentes presentan faltas ortográficas básicas y debilidades claras en sus propias materias? A veces da la impresión de que enseñar ya no es una vocación, sino simplemente un empleo más. Y cuando el maestro pierde el interés, el estudiante pierde la oportunidad.
Los niños no necesitan solo copiar de una pizarra ni entretenerse para “pasar el día”. Necesitan aprender, entender, preguntar, equivocarse y volver a intentar. Eso solo lo logra un docente comprometido, preparado y consciente del impacto que tiene en la vida de cada estudiante.
Por eso considero urgente que nuestras autoridades revisen la planificación actual y, sobre todo, la formación que están recibiendo los docentes. La educación requiere actualización, capacitación y verdadera voluntad de enseñar. Un título no garantiza la calidad; lo que garantiza la calidad es la preparación constante y la vocación.
Con este artículo no pretendo atacar, sino señalar una realidad que vivimos muchos padres. La educación se ha ido convirtiendo en un desierto donde cuesta encontrar maestros que enseñen con pasión. Ojalá que las autoridades tomen medidas para reforzar los conocimientos de quienes están frente al aula, porque nuestros niños merecen maestros, no simples instructores que cumplen un horario.
Al final, un país sin buena educación es un país sin futuro. Y ese precio, el de educar sin compromiso, lo terminamos pagando todos.

