Libertad de expresión en tiempos de desinformación


Por Néstor Estévez

El Poder Ejecutivo acaba de presentar un Proyecto de Ley Orgánica de Libertad de Expresión y Medios Audiovisuales de la República Dominicana. En el documento propone una reconfiguración del marco legal que regula la comunicación en el país.

La iniciativa surge en un momento en el que es urgente redefinir el papel de los medios, las plataformas digitales y, sobre todo, el derecho de las personas a una información veraz y con propósito.

Vivimos tiempos en los que cualquiera puede hacer saber, le creen y hasta le ayudan a difundir el más soberano disparate. Plataformas digitales, redes sociales y medios tradicionales se entrecruzan en un ecosistema donde todos pueden hablar, pero muy pocos suelen escuchar.

Recordemos que la libertad de expresión es uno de los pilares de cualquier sociedad democrática. Pero en tiempos de tanto caos, el debate sobre este derecho debe ir más allá de su defensa jurídica. Es imprescindible abordarlo desde dos dimensiones igualmente fundamentales: la ética de quien emite y la capacidad crítica de quien recibe.

El proyecto que cursa en el Congreso introduce varios elementos modernizantes en el marco legal del país. Incluye mecanismos como el derecho a la rectificación, la protección del secreto profesional y la moderación justa de plataformas digitales. Son pasos importantes. 
Pero si estos se interpretan desde una lógica puramente legalista, podrían perder su verdadero valor. 

Más allá de su redacción técnica o institucionalidad propuesta, esta norma se vuelve relevante en tanto convoque a una reflexión profunda sobre cómo informamos y cómo gestionamos lo que recibimos.

¿De cuál libertad hablamos?
Expresar una idea no es lo mismo que comunicar con responsabilidad. La libertad de expresión, sin principios éticos, corre el riesgo de convertirse en una herramienta para dañar. Y ese daño, en contextos de alta polarización y consumo acelerado de mensajes, puede extenderse como incendio sobre hierba seca.

Desde influencers hasta periodistas, desde comentaristas de radio hasta ciudadanos en redes, la capacidad de comunicar se ha masificado. Pero lo que está brillando por su ausencia es el rigor ético. Publicar sin verificar, usar titulares engañosos, descontextualizar declaraciones, apelar a emociones primarias o difamar con propósitos ideológicos o comerciales no solo erosiona la credibilidad, sino que desinforma y hasta mata.

No es suficiente defender el derecho a hablar. Es necesario recuperar el sentido de para qué se habla. La ética comunicacional no es un adorno: es la base para que la libertad tenga sentido. Y en ese terreno, el compromiso individual cuenta tanto como las reglas escritas.
 
¿Y qué del pensamiento crítico?
No basta con exigir responsabilidad a quien emite. También es urgente educar a quienes reciben. La libertad de expresión, en su dimensión más profunda, se concreta cuando las personas tienen la capacidad de interpretar, contrastar, cuestionar y decidir qué creer y qué rechazar.
En la actualidad, muchos contenidos son diseñados no para informar, sino para captar atención, dividir, o generar reacción instantánea. La economía digital premia el clic más que la verdad. En ese escenario, quienes carecen de herramientas críticas son más vulnerables a caer en redes de manipulación, odio o alienación.

Por eso, desde el Gobierno, la academia y la sociedad civil, urge implementar planes de educomunicación que incluyan: alfabetización mediática en centros educativos, formación comunitaria y promoción del pensamiento crítico como competencia ciudadana.
 
Libertad con responsabilidad
Una ley por sí sola no garantiza una comunicación de calidad. Para eso, necesitamos emisores éticos y audiencias críticas. Y eso hay que trabajarlo en el aula, la familia, los medios, las redes y las organizaciones. La ética y el pensamiento crítico no se decretan, se cultivan.

No se trata de uniformar el pensamiento ni censurar la diferencia. Se trata de crear condiciones para que la conversación pública sea más justa, más informada y más respetuosa. Y eso se logra cuando quienes comunican asumen la verdad como principio, y quienes reciben se entrenan para no dejarse arrastrar por el ruido.

De poco sirve tener libertad para hablar, si no tenemos la capacidad de comprender lo que escuchamos. De poco sirve tener redes abiertas, si se usan para propagar miedo o mentiras. Por eso, defender la libertad de expresión hoy significa también defender el derecho a discernir para poder decidir y mejorar la democracia.

Post a Comment

Artículo Anterior Artículo Siguiente